lunes, 29 de enero de 2018

George Santayana





George Santayana nació en el número 69 (ahora 67) de la calle de San Bernardo en Madrid, con el nombre de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, el 16 de diciembre de 1863. 

Su padre, Agustín Ruiz de Santayana, había nacido en Zamora, estudiado Derecho y hecho un aprendizaje de pintura en el taller de Francisco de Goya. Como buen latinista tradujo al español las tragedias de Séneca. Ingresó en el Servicio Colonial español, dio tres vueltas al mundo y terminó destinado a Filipinas como gobernador de la pequeña isla de Batang, ocupando el puesto vacante por fallecimiento del anterior titular José Borrás y Bofarull, padre de Josefina Borrás Carbonell, quien contraería matrimonio con Agustín de Santayana. 

José Borrás nació en Reus pero, al casarse con Teresa Bofarull y Riera, natural de Las Palmas, se fue a vivir a Gran Canaria, donde fue el primer secretario, y más tarde presidente, de la Sociedad Patriótica de Palma de Gran Canaria, de ideas liberales, por lo que, a la caída del régimen liberal en 1823, emigró con su esposa a Londres, donde al año siguiente nació su hija, Josefina Borrás. La familia se trasladó a Escocia, y luego a Irlanda, donde José Borrás fue profesor de español en la Academia de Belfast. Más tarde se trasladó a Virginia (EE.UU) y adquirió la nacionalidad estadounidense. En 1835 José Borrás fue cónsul de los Estados Unidos en Barcelona hasta que el gobierno español le dio un puesto importante en Filipinas, aunque cuando llegó allí en 1845 el gobierno había cambiado y sólo pudieron darle el de gobernador de la isla de Batang, donde falleció.

Josefina Borrás, que había estudiado en la universidad de Glasgow se casó en primeras nupcias con George Sturgis, un acaudalado comerciante de Boston residente en Manila, donde nació en 1851, Susan, la primera de sus seis hijos, de los que sobrevivieron tres. Susan, a quien llamaban Susana, sería la madrina y confidente de George. Al poco de fallecer en 1857 George Sturgis con sólo 40 años, Josefina Borrás viaja a Boston, donde, cumpliendo la promesa de su marido, educaría a sus hijos. Susan ingresaría por un tiempo en un convento católico. 

En un viaje de vacaciones a Madrid, Josefina se encuentra con Agustín Ruiz de Santayana, que había ocupado el puesto de su padre como gobernador de la isla de Batang. Deciden casarse y lo hacen en 1861. Él tiene 50 años y ella 35. Jorge Agustín Nicolás nace en 1863 y, Susan como compensación a que a ella la llaman Susana, insiste en que a su hermanastro se le llame George. La familia, compuesta por Agustín y Josefina y los hijos Susan, Robert y Josephine Sturgis y Jorge Santayana, fijan su residencia en Ávila, donde la vida es más barata y suficientemente próxima a Madrid. 

En esa época estaba exiliado en Ávila el general Pavía que se desplazaba por las calles de la ciudad en el único coche de caballos. Según confiesa en su autobiografía George también quedó deslumbrado a sus cinco años con las vestiduras y estandartes de una procesión del Corpus Christi.  

En 1869 Josefina se marcha a Boston para continuar allí la educación de sus tres hijos del primer matrimonio como prometió al padre de ellos. George se queda al cuidado de su padre en Ávila. Ya de niño muestra sus dotes para la escritura como se puede apreciar en ‘Un matrimonio’, historieta escrita a sus ocho años en español, describiendo el viaje  de unos recién casados que se encuentran con la reina de España.

En 1872 Agustín comprende que en Boston se le ofrecen mejores oportunidades de educación para su hijo y padre e hijo abandonan Ávila para reunirse con Josefina y sus otros tres hijos, donde siempre se habla español en el hogar. Agustín no soporta la vida inhóspita, puritana y fría de Boston y a los pocos meses regresa él solo definitivamente a Ávila.

Josefina educó a su hijo George en un virtuosismo tan aparentemente cosmopolita como hondamente victoriano que se resumía en un único objetivo: ser una "persona fina". Esto excluía cualquier vicio y aunaba, al modo de los antiguos griegos, lo bueno, lo bello y lo verdadero.

La madre lleva a George al Kindergarten de la Sra. Welchman para que aprenda inglés, y cuando el niño se defiende en la nueva lengua, lo inscribe en la escuela más selecta y antigua de los EE.UU, la Boston Latin School, donde se integra en la cultura inglesa.

En 1882 ingresa en la universidad de Harvard y estudia filosofía con William James y Josiah Royce, quien dirigiría su tesis. Poco amigo del deporte, participa muy activamente en once clubes estudiantiles. Es presidente del Philosophical Club y co-fundador de la revista literaria Harvard Monthly y de Hasty Pudding. Edita The Harvard Lampoon, del que es también caricaturista. En diciembre de 1885 interpreta el papel de Lady Elfrida en una representación teatral de Robin Hood y más tarde el papel protagonista en Papillonetta. Santayana nunca precisó su sexualidad, aunque sus amigos homosexuales y bisexuales conocidos, lo consideraban como un homosexual latente.

En 1889 se doctoró en Harvard como miembro de la hermandad Phi Beta Kappa, se incorporó al claustro de la universidad. Poco después publicó Sonnets And Other Verses, su primer libro. 

Obtiene una beca de intercambio durante dieciocho meses para la Universidad de Berlín y regresa de nuevo a Harvard para enseñar filosofía y estética siendo muy respetado como una figura central durante la llamada Edad de oro de Harvard. A lo largo de 27 años de cátedra en Harvard, Santayana formó a alumnos que destacaron más tarde en sus actividades, gracias a la orientación de su maestro.

Así, el poeta Wallace Stevens, que además de alumno se convirtió en amigo, explicaba el significado de la imaginación partiendo de la idea de Santayana en la que poesía, ciencia y religión son el resultado de la fuerza creativa de la mente humana. “Es un pensador que cree que no hay Dios, pero que la Virgen es la madre de Dios”, lo calificó con humor Wallace Stevens, su más cercano amigo.

También alumno y amigo fue Bronson Cutting, el que más tarde sería senador de Nuevo Mexico, quien compaginaba la amistad con Theodore Roosevelt y con George Santayana.

Conrad Aiken y T. S. Eliot, asimismo alumnos de Santayana, formaron, con la inclusión del filosofo George Boas, un trío de debate sobre el pensamiento de Santayana al abandonar éste Harvard. Aiken confesaba sin tapujos la influencia que sobre su pensamiento e incluso obra había ejercido Santayana. A Eliot le costaba más reconocerlo, pero ambos se declaraban leales a su maestro.

A otro de sus alumnos, Robert Frost, uno de los fundadores de la poesía moderna, le conmocionó escuchar a Santayana en la clase de historia de la Filosofía que los dogmas de todas las religiones sobrenaturales sólo pueden justificarse como retratos imaginativos de la aspiración humana y que la Religión no tiene autoridad para contradecir la Ciencia. Según Robert Frost, Santayana fue uno de los mejores estilistas de la tradición clásica estadounidense, en cuyos escritos el tema dominante es la relación entre la literatura, el arte, la religión y la filosofía.

Otros representantes famosos del alumnado de Santayana son los periodistas y escritores  Max Eastman, Van Wyck Brooks, Gertrude Stein y Walter Lippmann; los profesores  Samuel Eliot Morrison, Harry Austryn Wolfson y Horace Kallen; un miembro del Tribunal Superior de Justicia (Felix Frankfurter), un rector universitario (James B. Conant) y el primer negro que se doctoró en Filosofía en los Estados Unidos (W. E. B Du Bois), quien compartió con su profesor la primera lectura de la ‘Crítica de la Razón Pura’.

En 1893 Santayana experimentó lo que en psicología analítica se denomina ‘metanoia’, un proceso de reforma de la psique como un medio de autocuración. Tres acontecimientos precedieron a este golpe de timón: El fallecimiento inesperado de un joven estudiante; la muerte de su padre, a quien ya no podrá volver a visitar en vacaciones de verano; y el matrimonio de su media hermana Susana con un abogado y pequeño terrateniente en Ávila. Cambió su estilo de vida desde una posición estudiantil activa a una orientada a la celebración de la vida. La evolución de Harvard hacia el objetivo de producir intelectuales que dirigiesen las empresas y el gobierno como si fuesen hombres de Estado le decepcionó. ¿Por qué no centrar la educación en la celebración de la vida?, se preguntaba Santayana.

Paulatinamente el naturalismo y la expresión de la imaginación humana se convirtieron en los puntos focales de la vida y el pensamiento de Santayana. Su naturalismo estaba enraizado en Aristóteles y Spinoza. La celebración de la imaginación creativa, junto a su herencia española y educación católica, lo apartaban del núcleo duro de Harvard.

En 1896 escribió The Sense of Beauty: Being the Outline of Aesthetic Theory, el primer libro sobre estética escrito en los Estados Unidos.

De 1896 a 1897 Santayana estudió en el King’s College de Cambridge, profundizando en el estudio de Platón y sus discípulos. Visitaba con cierta regularidad Queen's Acre, la residencia londinense del escritor Howard Sturgis donde un grupo de hombres veladamente homosexuales recitaban poemas, asistían a obras de teatro y agasajaban a personas como Henry James o Edith Wharton. Sturgis vivía con William Haynes-Smith, El Niño, que había sido su tutor en Eton y ahora era su compañero. Le ofrecieron quedarse a vivir con ellos, pero Santayana se negó en redondo. 

Acudió como testigo al polémico juicio de Bertrand Russell. Los paseos en el yate de su hermano Frank Russell dejaron un recuerdo indeleble en su cabeza, y años después se inspiró en su figura para troquelar a Lord Jim, el calavera hedonista de El último puritano (1936).

Reanuda su producción y en 1899 aparece Lucifer: A Theological Tragedy, en 1900 Interpretations of Poetry and Religion, en 1901 A Hermit of Carmel And Other Poems, de 1905 a 1906 escribió los cinco volúmenes de The Life of Reason: or the Phases of Human Progress, que constituye el punto más alto de su carrera en Harvard, y relata el camino "imaginativo" por el que las culturas y sociedades han ido conformándose. The Life of Reason puede ser considerada la primera obra extensa sobre el pragmatismo. En  1910 publica  Three Philosophical Poets: Lucretius, Dante, and Goethe.

Santayana se convirtió así es uno de los grandes autores en inglés de la primera mitad del siglo XX. Los ensayos y libros de Santayana tratan de filosofía, crítica literaria, política, historia de las ideas, estudios sobre la naturaleza humana, la moral y una alusión a la influencia de la religión sobre la cultura y la sociabilidad de la psicología, todo escrito con ingenio y humor, dándole a la lengua inglesa un matiz distinto del habitual. Mientras que algunos de sus libros específicamente filosóficos pueden parecer difíciles, la mayoría de sus escritos literarios son más accesibles para el público en general y exhiben una pulcritud y elegancia muy superiores a la de los demás estilistas de su tiempo.

En mayo de 1911, Santayana anuncia su abandono de Harvard y emprende una gira por las universidades de Berkeley, Wisconsin, Columbia y Williams pronunciando conferencias. Sus libros se venden muy bien y sus editores le piden más. El rector de Harvard le pide que reconsidere su marcha y le ofrece alternar años en Europa y en EE.UU. En principio, Santayana lo acepta, pero en 1912 recibió una herencia de 10.000.-$, de su madre, fallecida a causa del Alzheimer. Santayana, fortalecida su economía para completar sus ingresos por la publicación de sus libros, decide retirarse definitivamente de Harvard y regresar a Europa para pasar el resto de su vida, dedicándose a la escritura. Con gran solemnidad, se afeitó la barba con que 30 años atrás había querido ganarse el respeto de sus alumnos. Rechazó ofrecimientos para incorporarse al profesorado de universidades como Harvard, Columbia y Cambridge. Incluso en 1917 la universidad de Harvard le volvió a ofrecer distintas cátedras para que regresase a EE.UU. 

A fin de fijar su residencia en Europa, Santayana hizo algunos viajes exploratorios y se decide por París. Se declara la I Guerra Mundial mientras había hecho una escapada a Londres y no puede regresar al Continente. Vive un tiempo en Londres, luego en Oxford y después en Cambridge. Tras el armisticio reanuda sus viajes por París, Madrid, Ávila, Florencia y Roma, que en 1920 elige como residencia principal excepto en verano, cuando huye del ferragosto desplazándose a Cortina d’Ampezzo.

En 1929, de nuevo Harvard le tienta a regresar, ofreciéndole la Cátedra Norton de poesía, una de las más prestigiosas de la universidad. En 1931, la Brown University y también Harvard le piden acepte la recién creada cátedra William James de Filosofía. Santayana rechaza este ofrecimiento honorífico así como otros dos de Oxford y Cambridge.

La subida al poder de Mussolini en 1930, a Santayana le pareció en principio positiva, como solución al caos de la sociedad italiana, aunque no tardó mucho en descubrir al tirano. Trató de huir de Italia a través de Suiza, pero no le permitieron cruzar la frontera. Regresó a Roma y el 14 de octubre de 1941 ingresó en la Clinica della Piccola Compagna di Maria en el Convento de las Hermanas Azules; allí recibió numerosas visitas (Edmund Wilson, Robert Lowell, Gore Vidal, Octavio Paz (que califica como “elegante” a su pensamiento). Con gran sentido del humor, Santayana bromeaba diciendo que, como el Papa, recibía “visitas que no estaba obligado a devolver”. Eso no significa, obviamente, que se mantuviera aislado: mantuvo una correspondencia ciclópea de la que se han recuperado 3000 misivas enviadas a unos 300 corresponsales, publicadas luego en ocho volúmenes entre 2001 y 2008.

En su libro Scepticism and Animal Faith: Introduction to a System of Philosophy, publicado en 1923, está esbozado su naturalismo; en este sentido, la única manera natural de acercarnos a la naturaleza es mediante la fe animal. El conocimiento sería una abstracción de la fe animal. Santayana mantuvo además el pensamiento de Baruch Spinoza en muy alta estima, aunque sin apegarse demasiado al racionalismo o panteísmo característicos de Spinoza. Aunque agnóstico, Santayana se consideraba a sí mismo un "católico estético".

La gran obra filosófica de Santayana donde expone su ontología y su epistemología es The Realms of Being (1927–1940, 4 vols.) que establece cuatro dominios de la realidad. El primero es "The Realm of Essence", donde la esencia es parecida al eidos platónico. La esencia es un dato puro y todas las esencias posibles forman el "reino de la esencia", que curiosamente también es una esencia. La esencia fue el concepto clave en la contestación de los realistas críticos a los realistas ingenuos.

Aunque casi todo sea del dominio de la esencia, debe recordarse que sólo es un reino más. El segundo reino es el "Realm of Matter": la materia, fundamento de su filosofía, porque ante todo es lo primero que hay y lo que siempre ha existido, existe y existirá. Esta fuerza es equiparable a una matriz.

El otro reino es el de la verdad: "Realm of Truth", intersección entre "Essence" y "Matter"; este libro es una contestación a los pragmatistas y su concepción epistemológica de la verdad, mientras que la de Santayana es ontológica en el sentido platónico de que hay una realidad eterna que se descubre.

El último libro dentro de Los reinos del ser es "The Realm of Spirit", el reino del espíritu; es el más completo de los libros, con capítulos como "intuición" o "animismo cósmico". El espíritu según Santayana es la "actualidad pura" que permite el "moldeo" de la realidad; aquí la libertad adquiere una dimensión ontológica y no sólo práctica. 

Durante sus 40 años en Europa escribió 19 libros, siempre en inglés, y rechazó importantes puestos académicos. La mayoría de sus amigos y corresponsales fueron estadounidenses, incluyendo su asistente y productor literario, Daniel Cory. Destacó en el mundo académico y literario estadounidense, aunque jamás terminó de asimilar este nuevo mundo, viviendo ajeno y despegado de todo lo norteamericano. 

Su autobiografía Persons and Places, dividida en cinco partes cuidadosamente bautizadas "Ascendencia" (Ancestry), "Infancia" (Boyhood), "Primera Peregrinación" (First Pilgrimage), "En la Órbita Doméstica" (In the Home Orbit) y "Última Peregrinación" (Last Pilgrimage), narra las peripecias que contribuyen a la formación de un alter ego del autor, de nombre Oliver Alden, quien, a pesar de haber cruzado varias veces el Atlántico y haber dado una vez la vuelta al mundo, siempre se daba cuenta de lo inevitablemente concentrado y encerrado que estaba en sí mismo; no sólo psicológicamente, en su espíritu y persona, sino también social y moralmente en su mundo nacional.

Persons and Places fue un éxito de crítica y público. El autor había dedicado cuarenta y siete años de su vida a la construcción de esta su única novela, que fue nominada al  Premio Pulitzer, no ganándolo por no tener su autor la nacionalidad norteamericana (siempre quiso conservar la española).

Ya anciano, Santayana volvió a ser muy reconocido, en parte porque sus memorias noveladas, The Last Puritan: A Memoir in the Form of a Novel (1935), fuese tal vez la más grande ‘novela de formación’ de la literatura estadounidense. Su amplia difusión le generó una nueva fuente de ingresos, de manera tal que pudo apoyar a otros filósofos como su antiguo colega londinense Bertrand Russell, aunque no estuviese de acuerdo con él ni en el terreno filosófico ni en el político, al que financió durante cinco años con una dotación anual de 5.000.-$. 

La revista ‘Time’, en su número del 3 de febrero de 1936, publicó en su portada la fotografía de George Santayana, que muestro en este blog.

A los ochenta años, Santayana vivió probablemente la época más feliz de su vida, porque ya se habían agotado todas sus expectativas y sus aspiraciones, y habitaba en el presente disfrutando intensamente de cada momento, ya fuese de lectura, soledad o conversación.

En 1952 Santayana falleció de cáncer en la Clinica della Piccola Compagna di Maria de Roma. A fin de mostrar su naturalismo, no quería ser enterrado en tierra consagrada, pero el único cementerio romano sin consagrar era el destinado a los criminales, a lo que se opuso el Consulado español, que facilitó el Panteón de la Obra Pía Española del cementerio  Campo Verano de Roma como un lugar digno para el prestigioso ciudadano español.

El nombre grabado en su tumba está en español, seguido de los dos primeros versos, traducidos al español, de su poesía:


Le devuelvo a la tierra lo que la tierra me dio,
todo va para el surco, nada para la tumba.

Se ha consumido el pábilo y la vela del espíritu;
la vista no podrá ir adonde fue la visión.

Sólo dejo el sonido de muchas palabras
oídas al azar con ecos burlones.
Canté al cielo. El exilio me hizo libre,
llevándome de mundo en mundo, desde todos los mundos…

No teme el temporal el que se sabe
copo feliz que baila con el viento…
Algunos nacen para estar perplejos,
a un lado con su pena: de esos soy…

Probablemente la cita más conocida de Santayana sea: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, frase que nos roza de cerca a muchos en el mundo, empecinados a tropezar con la misma piedra.

Santayana representaba a una cierta aristocracia presuntamente elitista pero muy accesible y no del todo exenta de prejuicios. Se podría describirlo como un elegante conservador, mediterráneo pero nada pasional, mantenedor de un «olímpico distanciamiento», en especial de todo lo norteamericano, y aguzado por un objetivismo irónico e imparcial.



MAG/29.01 y 05.02.2018






viernes, 5 de enero de 2018

Unamuno vs Millán Astray





Corría el día 12 de octubre de 1936, poco meses después del comienzo de la guerra civil española. Se celebraba el 'Día de la Raza', convirtiendo la tradicional fiesta de la Hispanidad en una exaltación nacionalista de lo español. Las principales personalidades del naciente Régimen quisieron celebrarlo con un acto cultural en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde, aprovechando la apertura oficial del curso universitario, se reunieron las más altas esferas del franquismo. Era una ocasión para que Unamuno se integrase en la nueva elite social.

Pero Unamuno había acudido sin muchas ganas, pues llevaba semanas rectificando su inicial apoyo a los llamados 'nacionales' y convencido de que la deriva de ese movimiento conservador contra la República ya solamente traería intolerancia, muerte y destrucción. Pero, como rector de la Universidad, no puede faltar a un acto tan solemne. A regañadientes, el rector se pone la toga y la muceta negras y, al cuello, la medalla de la Universidad. 

Miguel de Unamuno está imbuido de una profunda desesperanza. Lleva en el bolsillo una carta de la mujer de Atilano Coco, pastor protestante español entonces encarcelado -y luego fusilado-, cuando se sienta en la mesa presidencial junto a Carmen Polo, esposa de Franco; al general Millán Astray, fundador de la Legión; al obispo de Salamanca, Pla y Deniel; al presidente de la Audiencia; y a José María Pemán. Antes ha anunciado que no intervendrá en el acto: «Me conozco cuando se me desata la lengua». En el acto iban a intervenir el catedrático de Historia, José María Ramos Loscertales, y el de literatura, Francisco Maldonado, el dominico y catedrático Vicente Beltrán de Heredia, y José María Pemán.

Podemos imaginar fácilmente que la temperatura emocional de la sala -repleta de falangistas y legionarios- era muy alta, dado el momento histórico y la efeméride que se conmemoraba. En ese contexto, y cuando le llegó el turno de leer su discurso, José María Ramos Loscertales pronunció unas palabras de menosprecio a vascos y catalanes, y algo más tarde incidió en el mismo sentido un anodino profesor de literatura, especialista en el Siglo de Oro, Francisco Maldonado, quien, al referirse a Cataluña y al País Vasco, dijo que eran “cánceres en el cuerpo de la nación que el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlos, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. Unamuno tomaba notas. A continuación habló José María Pemán, que puso moderación en su discurso, y se supone que con esto acababa el acto. 

El profesor vasco no se encontraba cómodo después de escuchar el discurso de exaltación del bando nacional de uno de los ponentes, que sí gustó al general Millán Astray, allí en representación de Franco.

Unamuno y Millán Astray pertenecían ambos al Ateneo de Madrid, donde se debatía mucho por parte de grupos de tendencias discrepantes, que en bastantes casos se dedicaban a zaherirse los unos a los otros. Y en cierta ocasión llegó a oídos de Millán Astray que Unamuno iba diciendo que el primero “se había hecho rico con el sacrificio de los soldados que luchaban en África”. Al comenzar la guerra, Unamuno se había posicionado inequívocamente con el  bando sublevado. El mismo 18 de julio, a la vista de los soldados y los oficiales militarmente formados, había exclamado aquello de “¡Viva España, soldados!” para añadir a continuación: “¡Y ahora, a por el faraón de El Pardo!”, en una transparente alusión a Azaña, al que detestaba, y a cuyo gobierno había motejado de “miserable”. La respuesta del gobierno republicano había sido la de expulsarle de su cátedra: Azaña no ignoraba que el bilbaíno había dicho de él aquello de “cuidado con Azaña, que es un escritor sin lectores y sería capaz de hacer la revolución para que lo leyesen”.

Aunque no tenía previsto cerrar el acto, como rector que era ejerció su derecho a hablar. Unamuno se levantó lentamente y se dirigió al estrado iniciando así su más polémica disertación, vehemente como casi siempre y sin duda valiente, en la atmósfera de la Salamanca de 1936, que sonaba casi ofensiva para quienes se estaban jugando la vida en una partida en la que aún no podía saberse de qué lado caería la victoria. 

La reproducción de su improvisado y hermoso discurso, que ha acabado siendo más célebre que su obra literaria y filosófica, está sacada del libro sobre la Guerra Civil del hispanista británico Hugh Thomas:

“[...] sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo mi vida enseñando la lengua española...” 

En ese momento del discurso de Unamuno, Millán Astray entra en estado de cólera, pronunciando ¡Vivas! a España e insultando a la intelectualidad (con el supuesto "¡Muera la Inteligencia!"), sus escoltas y otros legionarios presentes lanzan a las sabias paredes de la universidad el lema atroz de la legión: ¡Viva la Muerte!. Millán Astray pide hablar, repite voz en cuello las palabras del profesor Maldonado sobre Cataluña y Euskadi como cánceres de España... . 

Sin inmutarse, a pesar de la crispación del momento, Unamuno continua hablando:“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje a quien acaba de intervenir, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (…)”.

Es cuando Millán hace el primer amago de amenazar con su arma al filósofo, pero el sabio anciano no se acobarda y sigue: “(...) Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote!. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”.

Acto seguido, se levantó de su asiento y se marchó, increpado por los presentes. Ante el intento de agresión a Unamuno por parte de legionarios y falangistas, la esposa de Franco, Carmen Polo, tuvo que dar el brazo al Rector para acompañarle a salvo hasta su coche. Unamuno pasó a arresto domiciliario y apenas dos meses más tarde fallece el 31 de diciembre de 1936.

MAG/05.01.2018