viernes, 10 de noviembre de 2017

Rudolf Otto y 'lo santo'











Rudolf Otto nació en Peine, a 32 kilómetros al sudeste de Hanover (Prusia), el 25 de septiembre de 1869 y murió en Marburgo el 6 de marzo de 1937.

El padre de Otto era fabricante. De 1882 a 1888 Rudolf fue educado en el Gymnasium Andreanum de Hildesheim. Conseguido su abitur, estudió Teología, primero en la universidad de Erlangen y después en la de Gotinga, donde, en 1898, obtuvo su licenciatura disertando sobre la interpretación de Lutero sobre el Espíritu Santo (Die Anschauung von heiligen Geiste bei Luther: Eine historisch-dogmatische Untersuchung). En 1905, y en la universidad de Tubinga, presentó su tesis doctoral sobre Kant (Naturalistische und religiöse Weltansicht) para obtener su habilitación como doctor en Filosofía. En 1906 regresó a la universidad de Gotinga, donde inició su carrera académica como Privatdozent enseñando teología, historia de las religiones e historia de la filosofía. En 1910 la universidad de Giessen le nombra doctor honoris causa. Comienza a interesarse por la historia y la psicología de la religión (Religionswissenschaft), desde una óptica cercana a la de Jakob Friedrich Fries.

Durante 1911-12 emprendió un largo viaje, comenzando por el norte de África, Egipto y Tierra Santa. Fue en una visita a una sinagoga en Marruecos cuando Rudolf Otto se sintió motivado para desarrollar el tema de lo santo. Continuó su viaje por la India, Sri Lanka, China y Japón para comparar las espiritualidades orientales, en particular el hinduismo, con el cristianismo, lo que le permitía su dominio de las lenguas orientales y conocimientos del sánscrito. Regresó a Europa vía Estados Unidos. Fruto de su viaje serían Westöstliche Mystik publicada en 1926 y Die Gnadenreligion Indiens und das Christentum en 1930.

En 1913 Rudolf Otto sacó tiempo de sus obligaciones académicas para participar en los asuntos públicos y comunitarios. Fue elegido miembro de la Cámara de Representantes de Prusia por el distrito de Gotinga y por el Partido Nacional Liberal. Fue miembro del Parlamento prusiano durante la I Guerra Mundial y en 1918 se unió al Partido Democrático Alemán como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de la República de Weimar, donde ejerció una influencia liberal y progresista.

En 1915 fue nombrado profesor de Teología sistemática en la universidad de Breslau y en 1917 de la Philipps-Universität de Marburgo, entonces uno de los centros protestantes más famosos en el mundo, del que fue rector en el curso 1926-27, y que no abandonará hasta 1929. Tras su jubilación  Rudolf Otto seguirá residiendo en Marburgo hasta su fallecimiento el 6 de marzo de 1937, tras caer de una torre a 20 m de altura. Algunos historiadores apuntan a que se suicidió.

En 1917 Rudolf Otto publica Das Heilige (“Lo santo”), con gran éxito por la novedad y originalidad de su planteamiento. En vez de estudiar las ideas de Dios y de la religión, Otto analizaba las modalidades de la experiencia religiosa. Dotado de una gran penetración psicológica y con una doble preparación de teólogo protestante e historiador de las religiones, logró extraer su contenido y sus caracteres específicos. Dejando de lado el aspecto de lo racional de la religión, iluminaba vigorosamente el lado irracional. Otto había leído a Lutero y había comprendido lo que es para un creyente encontrarse con el «Dios vivo». No era el Dios de los filósofos, no era una idea, una noción abstracta o una simple alegoría moral. 

Otto se esfuerza por reconocer los caracteres específicos de la experiencia terrorífica e irracional. Ha sido necesario dar forma a un neologismo que pueda captar la peculiaridad de lo santo: lo numinoso. Lo numinoso es complicado de explicitar, es indecible, al decir de Otto. Tan sólo podemos llegar a la aproximación por analogía. Y es aquí donde propone una definición de Schleiermacher: un sentimiento de absoluta dependencia, una extrema pequeñez e insignificancia, de insuficiencia e incapacidad frente a lo mayúsculo, el numen («Dios»). Lo numinoso es una categoría sentimental o emocional a la que nos acercaremos mediante analogías y expresiones simbólicas. La expresión que recoge toda la carga emocional de lo numinoso es la de mysterium tremendus. Descubre el sentimiento de espanto ante lo sagrado, ante ese mysterium tremendum, ante esa maiestas que emana una aplastante superioridad de poderío; descubre el temor religioso que experimenta la criatura ante el mysterium fascinans, donde se despliega la plenitud perfecta del ser. Lo numinoso se singulariza como una cosa, como algo radical y totalmente diferente: no se parece a nada humano ni cósmico; ante ello, el hombre experimenta el sentimiento de su nulidad, de «no ser más que una criatura», de no ser, para expresarse en las palabras de Abraham al dirigirse al Señor, más que «ceniza y polvo».

El primer escollo que encontramos en nuestro camino para comprender lo santo es que se ha perdido parte del significado primigenio, ya que la lengua ha ido incorporando lo moral a lo santo. Lo sagrado se manifiesta siempre como una realidad de un orden totalmente diferente al orden de las realidades naturales. El hombre entra en contacto con lo sagrado porque éste se le manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano. El misterio es algo secreto que no pertenece al ámbito público. Algo que, por tanto, ni pertenece a la cotidianidad ni es entendible con el sentido común ordinario. Si profundizamos en él, encontraremos que va desde la devoción absorta, a los estallidos súbitos, al éxtasis o a las formas demoníacas. El misterio es extraño y no se explica. Lo numinoso como misterio avanza profundamente en una gradación de intensidades: asombro, paradoja y antinomia. El misterio es mirum o mirabile, esto es, asombro o sorpresa por algo. Luego se convierte en pasmo, asombro intenso o stupor. El misterio es absolutamente heterogéneo y paradójico, algo tan radicalmente extraño que desborda el círculo de lo familiar. Pero si además hablamos del nihil de los místicos occidentales o del sunyata budista, estaremos dando un paso más. Esa antinomia, el vacío y la nada, que trasciende las categorías de nuestro pensamiento, no sólo las rebasa, sino que las hace en todo punto ineficaces: lo numinoso como misterio va en contra de la razón.

El segundo aspecto, lo tremendo, refuerza el lado misterioso-oculto. Lo tremendo indica tremor, miedo y estremecimiento, en la forma que lo definía Søren Kierkegaard . No un temor ordinario, sino un temor siniestro y profundamente inquietante. Una conmoción que hace temblar, que provoca incluso reacciones corporales. De este terror de íntimo espanto en el ánimo del hombre primitivo surgen tanto los demonios como los dioses. Pero el tremor nos hace descubrir la propiedad clave del numen: la cólera. La ira deorum que se desencadena sin previo aviso y de forma arbitraria. Aquí radica el misterio: ¿por qué esa cólera tan inabarcable? Las razones son misteriosas pero ocurre y el hombre es el objeto de la misma, independientemente de su moralidad. 

Junto a lo misterioso-oculto y lo tremendo-cólera, añadimos otros cuatro aspectos que complementan la caracterización de lo numinoso: la majestad y la energía por un lado, y lo augusto y lo profano por otro.

La majestad tiene que ver con la omnipotencia del numen, es su prepotencia absoluta, lo que ontológicamente caracterizaríamos como plenitud del ser y que se expresaría como un sentimiento de superioridad absoluta. La energía evoca la fuerza, el movimiento, el impulso y la actividad, lo que abrasa, lo que domina. Esta impetuosidad nos traslada a entender el numen como algo vivo, sin residuo inerte.

Junto al empequeñecimiento y anonadamiento que sufre el ser humano cuando está ante el numen hemos de añadir el sentimiento de desestimación de sí mismo. Este sentimiento que irrumpe de manera inmediata pertenece a una peculiar categoría de valoración: el sentimiento del individuo de su absoluta profanidad. El ser humano individual siente que no tiene dignidad frente a lo santo. La santidad pertenece a lo numinoso, mientras que a las creaturas les conviene lo profano. Lo santo es más que lo profano. Pero Otto no está de acuerdo con que se exprese ese plus como supracósmico. Buscará una nueva palabra: augustus. Lo augusto es lo ilustre, lo mayestático y venerable. El numen es una obligación íntima que se impone a la conciencia, no por coacción, sino por sumisión al valor santísimo. No creemos porque una autoridad poderosa nos obligue a ello, sino porque vemos o intuimos en lo santo una inmensidad que nosotros, como profanos, no tenemos ni tendremos. El ser humano se siente pequeño ante la inmensidad de lo divino.

Un último aspecto básico de lo numinoso nos queda por explicitar, siguiendo el texto de Otto. Junto a todo eso que nos aterra, que trastorna nuestros sentidos, hay algo que nos maravilla y embarga, que nos fascina profundamente. Lo santo atrae al individuo, lo lleva haciendo desde los albores de la Humanidad. Hay algo en ese fenómeno que nos atrae. Eso que hemos racionalizado como amor, misericordia y piedad. Entre lo horrible y lo admirable se crea una armonía de contrastes. Esta polaridad o dicotomía de lo retrayente-atrayente es el comienzo del sentimiento religioso en la historia de la religión, porque esa primera forma elemental fue dando paso a otras cada vez más complejas y depuradas.

El ser humano, a pesar del miedo y a pesar de que se vea rebasado en su comprensión, siempre ha querido apoderarse de lo numinoso hasta identificarse con él. Para Otto hay dos procedimientos de apropiación. Uno encaminado a la parte retrayente y otro a la parte atrayente. El primero es la identificación con el numen por medio de actos de culto, conjuros y sortilegios. Esta forma básica trata de aplacar la cólera y reconciliarse con lo numinoso y apropiarse de esa fuerza maravillosa. La segunda es la reiteración compleja de la primera: cuando se busca lo numinoso por sí mismo y no como medio de obtener otra cosa. Ese perdurar en lo numinoso se considera un bien, una gracia, es un vivir en lo misterioso: en este momento es cuando empieza la verdadera vita religiosa. El entusiasmo de ese estado de gracia es lo fascinante de lo numinoso. Eso es lo que atrae, porque lo bueno empuja al ser humano hacia lo numinoso. Es un impulso fortísimo hacia un bien absolutamente irracional, materializado en un sentimiento traducido en una sospecha vehemente. En definitiva, lo santo es para Otto una categoría a priori del espíritu racional. Existen en el espíritu humano estos elementos a priori, y son la conciencia religiosa. El ser humano está dotado, a priori, para acceder a lo santo.

La historia de la religión descubre cómo los elementos irracionales y racionales se van entremezclando. La religión sale de su primitiva rudeza y se convierte en una religión más elevada, se dota de una dogmática y de una estructura de gestión y administración. Del numen local grosero se llega al Dios que administra felicidad y dirige el destino de la historia. Lo notoriamente terrorífico y espantoso llega a convertirse en dioses, esos a quienes se reza y se confía el futuro y en quienes vemos el origen de la ley. Lo tremendo se moraliza como la rectitud y se convierte en la santa cólera de Dios. Lo fascinante se moraliza como la bondad y se convierte en la gracia de Dios. Lo maravilloso se traduce como la perfección y torna en los predicados absolutos de Dios. La existencia de ambas especies de elementos forma una bella armonía y constituye, para Otto, el criterio que sirve para medir la superioridad de una religión. Lo irracional preserva a la religión de convertirse en puro racionalismo; y lo racional la preserva de descender al fanatismo. La coexistencia de ambos estados la habilitan como una religión culta y humana.


MAG/11.11.2017

     





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