lunes, 12 de febrero de 2018

Bertrand Russell


Bassano Ltd - National Portrait Gallery

Bernard Arthur William Russell nació el 18 de mayo de 1872, en Trellech (Gales), descendiente de los Condes de Russell (título concedido a su abuelo paterno dos veces primer ministro de la Reina Victoria). Sus padres, John Russell y Katrine Louisa Stanley, Vizcondes de Amberley, eran conocidos por un posicionamiento liberal como librepensadores en temas religiosos y morales dentro de la aristocracia británica. El activismo político de los Russell, como una de las más destacadas familias ‘whig’ (más tarde conocidos como liberales), se inició con su participación en la disolución de los monasterios en 1563 así como en el complot para asesinar al rey Charles II y a su hermano el futuro James II en 1863, siendo ejecutado Lord William Russell.

John Russell, como ateo, organizó un bautizo secular para su hijo Bertrand en el que ejerció de padrino el filósofo y economista John Stuart Mill. Lord Amberley consintió el ‘affair’ de su esposa con Douglas Spalding, uno de los tutores de sus hijos, pues ambos eran promotores del control de natalidad con un fuerte rechazo por parte de la sociedad británica.

Evidentemente, los Amberley pretendían educar a sus hijos Frank y Bertrand en sus posicionamientos ideológicos, pero en 1874, cuando Bertrand tenía seis años, su madre falleció de tisis, contagiada por Douglas Spalding, y dos años después su padre de bronquitis y pena o remordimiento. 

Frank, siete años mayor que Bertrand, continuó estudiando en Winchester, pero Bertrand fue llevado con sus abuelos a la ‘residencia de gracia y favor’ Pembroke Lodge en Richmond Park, ofrecida gratuitamente por la Corona británica por los servicios prestados por la familia al Reino Unido. 

Pronto fallece su abuelo y la educación de Bertrand recae en Lady Russell, bautizada en la Iglesia Presbiteriana Escocesa y, aunque liberal en política, era de ideas morales muy estrictas. Como pauta para la educación de su nieto le entregó una Biblia con los versículos favoritos de ella subrayados. El preferido de Bertrand era: No seguirás a los muchos para hacer mal (Éxodo 23:2). La actitud represiva de su abuela convirtió a Bernard en un niño tímido, retraído y solitario, que a veces consideraba el suicidio. Solía pasar mucho tiempo en la biblioteca de su abuelo, donde descubrió las obras de Percy Bysshe Shelley, que leyó una y otra vez, hasta aprender capítulos de memoria. Se sentía identificado con Shelley y se lamentaba no haber podido conocer a un ser humano por el que sentía tanta simpatía. 

Las materias que más le interesaban eran la religión y las matemáticas. Su deseo de saber más sobre matemáticas fue lo que lo alejó del suicidio. Cuando cumplió once años, su hermano Frank le habló de Euclides y su vida cambió. “Fue uno de los grandes acontecimientos de mi vida, como el primer amor. No había podido imaginar que hubiera nada tan delicioso en el mundo”, escribió.

En plena adolescencia, las lecturas en matemáticas avanzadas le llevaron a replantearse algunas de los dogmas claves de la religión cristiana. A sus quince años, Bertrand empezó a cuestionarse la validez de la religión cristiana, llegando a la conclusión de que no existía el libre albedrío. A los 17 dedujo que no existía vida tras la muerte y un año más tarde, tras haber leído la autobiografía de John Stuart Mill, su padrino secular, se convirtió en agnóstico. 

En 1890, Bertrand Russell se presentó en el Trinity College de la Universidad de Cambridge a las Mathematical Tripos, que consistían en dos exámenes escritos diarios durante una semana, con un total de más de 200 preguntas o ejercicios, que superó e ingresó en la Universidad. Conoció a George Edward Moore, profesor de Filosofía, uno de los padres de la tradición analítica en filosofía, y miembro de la sociedad secreta de solamente 12 intelectuales, los Cambridge Apostles, que aceptarían a Russell  tras ser distinguido en 1893 con los honores de primera clase o ‘wrangler’. En 1895 fue nombrado Fellow del Trinity College, graduado en matemáticas y filosofía con honores. 

Bertrand Russell conoció a una cuáquera estadounidense Alys Pearsall Smith, con cuya familia viajó al Continente en 1889. Visitaron la Exposición Universal y subieron a la Torre Eiffel poco después de finalizada su construcción. Russell se enamoró de la puritana Alys y decidieron, en contra de la postura de la abuela Lady Russell que la consideraba una ‘parvenue’, casarse el 13 de diciembre de 1894. Él tenía 22 años. El matrimonio duró de hecho hasta 1901, aunque no se divorciaron hasta 1921. En ese interregno, Russell mantuvo relaciones sentimentales (algunas en paralelo) con muchas mujeres, algunas muy sonadas, entre ellas, una aristócrata filántropa, una conocida actriz y la primera esposa de T. S. Eliot, uno de sus amigos.

La primera publicación de Russell apareció en 1896 con el título German Social Democracy, primera demostración temprana del interés que a lo largo de toda su vida mostró por la teoría social y política. En ese mismo año explicó la democracia social alemana en la London School of EconomicsInfluenciado por los hegelianos británicos, abandonó el idealismo en 1898 por un realismo platónico.

En 1900 Russell acudió a París al segundo congreso internacional de matemáticas, donde conoció a Giuseppe Peano, referente en la lógica simbólica. Fascinado por su ponencia, Russell devoró todas las publicaciones del italiano. “Durante años he tratado de analizar las nociones fundamentales de la matemática, como el orden y los números cardinales. De repente, en unas semanas, he descubierto lo que parecen ser las respuestas definitivas a los problemas que me habían desconcertado durante años. Y mientras descubría estas respuestas, he conocido una nueva técnica matemática, gracias a la cual, las regiones antes abandonadas a la vaguedad de los filósofos, han sido conquistadas por la precisión de las fórmulas exactas”, escribió.

Ese mismo año, Russell comenzó a redactar el ensayo The Principles of Mathematics  llegando a escribir 200.000 palabras en sólo tres meses. Su publicación en 1903, fue la antesala de la obra cumbre que Bertrand Russell escribiría junto a Alfred N. Whitehead: Principia Mathematica. Estos tres volúmenes (publicados entre 1910 y 1913) conforman un sistema axiomático en el que se pueden basar todas las matemáticas y con el que los autores pretendían trasladar las matemáticas al área de la filosofía lógica y dotarlas de un marco científico preciso, eliminando así cualquier conexión entre los números y el misticismo. La "teoría de los tipos", la de los números como "clases de clases" y la "paradoja de Russell" fueron los resultados más significativos de esta amplia labor de investigación.

En febrero de 1901, Russell presenció la angina de pecho que provocó un intenso sufrimiento a la mujer de Alfred N. Whitehead. Russell escribió: “Sentí el deseo casi tan profundo como el de Buda de encontrar la filosofía que convirtiese en duradera la vida humana. Al final del ataque, me transformé en otra persona totalmente diferente”.

En 1908 Bertrand Russell fue elegido Fellow of the Royal Society y dos años más tarde regresó como profesor al Trinity College de la Universidad de Cambridge. Un estudiante de ingeniería austríaco, Ludwig Wittgenstein, le solicitó fuese su tutor de Filosofía. Russell considera a Wittgenstein un genio y su sucesor en sus planteamos sobre la Lógica y le animaría a escribir su Tractatus Logico-Philosophicus en 1922.

Durante la I Guerra Mundial, Russell fue uno de los pocos que se proclamó pacifista y en 1916 fue expulsado del Trinity College. Un año más tarde participa activamente en la Convención de Leeds en la que se reunieron más de un millar de socialistas pacifistas y es el orador más ovacionado. Le sancionan con una multa de 100.- £, que se niega a pagar con la esperanza de que le lleven a prisión. Se hizo una subasta con los libros de Russell que compraron sus amigos hasta recaudar las cien libras. En 1918 se manifestó públicamente en contra de invitar a que los Estados Unidos se pusieran del lado del Reino Unido y esta vez sí fue enviado a la cárcel durante seis meses. Durante su permanencia en prisión escribió Introduction to Mathematical Philosophy, en la que combina las dos áreas del saber que consideraba inseparables.

En 1919 Russell fue readmitido en el Trinity College aunque renunciaría un año después.

En agosto de 1920 viajó a la Unión Soviética formando parte de una delegación oficial enviada por el Gobierno Británico para conocer los efectos de la Revolución Rusa. Se reunió con Lenin durante una hora y declaró, después, que lo había encontrado desagradable y de una crueldad caprichosa comparable a un profesor dogmático. Las expectativas iniciales de Russell para apoyar la revolución se desvanecieron tras el viaje, cuyas experiencias se plasmaron en el libro The Practice and Theory of Bolshevism, donde mostró su desacuerdo con la forma en que allí se llevaba a cabo el socialismo, pues no estaba de acuerdo con los métodos que se utilizaban para alcanzar un sistema comunista.

En otoño de 1920, acompañado de Dora Black, escritora feminista y activista socialista, Russell viajó a China, donde enseñó Filosofía en la Universidad de Pekín durante un año. Ilusionado, esperaba encontrar un nuevo camino, atraído como lo estaban el estadounidense John Dewey y el indio Rabindranath Tagore, profesores también en Pekín en ese tiempo. La estancia en China resultó muy provechosa, y Russell apreció en su cultura valores tales como la tolerancia, la imperturbabilidad, la dignidad y, en general, una valiosa actitud que valoraba la vida, la belleza y el placer de una manera distinta a la occidental.

Poco antes de emprender regreso, Russell cayó gravemente enfermo de neumonía. A su regreso a Inglaterra, Dora estaba embarazada y Russell solicitó apresuradamente el divorcio de Alys, que consiguió el 27 de septiembre de 1921. Seis días más tarde Bertrand Russell se casó con Dora Black. De 1922 a 1927 la familia Russell (Bertrand, Dora, John Conrad y Katharine Jane), dividía su tiempo entre Londres y Porthcurno (Cornualles) en verano. 

En 1927, Bertrand y Dora fundaron en Beacon Hill (Londres) una escuela privada infantil experimental, inspirada en una pedagogía progresiva y despreocupada, que pretendía estar libre de prejuicios. El colegio reflejaba la idea de que los niños no debían ser forzados a seguir un currículo académico estricto. En 1930 Dora dio a luz a Harriet Ruth. 

A lo largo de 1930, Russell colaboró con su amigo V. K. Krishna Menon, secretario de la Liga India, organización a favor de la independencia de la India.

En 1931, Bertrand se convirtió en el Tercer Conde Russell, al fallecimiento de su hermano Frank.

En 1932 Bertrand Russell se divorció de Dora, que había tenido dos hijos con un periodista americano, Griffin Barry, y en 1936 Russell se casó con la antigua niñera de sus hijos, Patricia Spence, con quien tuvo un varón, Conrad Sebastian Robert, futuro líder del partido demócratas liberal. Sus recursos eran escasos para alimentar a tan amplia familia y su amigo George Santayana, a pesar de no compartir ni pensamiento ni política, le apoyó financieramente con una dotación anual de 5.000.-$ durante cinco años.

En 1937 Russell vuelve a dar clases en la London School of Economics, en esta ocasión sobre la Ciencia del Poder.

En 1938 fue llamado a la Universidad de Chicago, y después a  la Universidad de Los Angeles (UCLA) para enseñar Filosofía. 

Se declara la II Guerra Mundial y pasa del pacifismo, mostrado en la Primera Guerra, a un apoyo claro a las fuerzas aliadas contra el ejército nazi, alegando que un mundo en donde el fascismo fuera la ideología reinante lo mejor de la civilización habría muerto y no valdría la pena vivir. 

En 1940 es nombrado profesor en el City College de Nueva York (CCNY), pero no llega a tomar posesión porque un tribunal neoyorquino lo declara ‘moralmente no apto’ por sus opiniones sobre la moralidad sexual, expresadas en su libro Marriage and Morals (1929). Protestaron contra la decisión judicial John Dewey y Albert Einstein.

Russell es invitado por la Barnes Foundation a pronunciar conferencias sobre la Historia de la Filosofía, que fueron recogidas en el libro A History of the Western Philosophy, que se convirtió en best-seller proporcionándole ingresos para el resto de su vida. En 1944 Russell regresa al Reino Unido y se le restituye en su puesto del Trinity College.

Participa además en programas de radio de la BBC sobre temas filosóficos y es invitado a dar conferencias en distintos lugares. En un viaje a Trondheim (Noruega) su avión se estrella, y él y otros 24 pasajeros, de un total de 43, sobreviven. Explica su salvación gracias a que era fumador y estaba sentado en la zona a éstos destinada.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Russell se dedica plenamente a la tarea de evitar la guerra nuclear y asegurar la paz mediante una adecuada organización internacional, iniciando una etapa de activismo político que provocaría su segundo encarcelamiento, durante una semana, y a los 89 años, por participar en una manifestación anti-nuclear.

En 1949 el rey Jorge VI le concedió la Orden al Mérito.

En 1950 recibió el Premio Nobel de Literatura «en reconocimiento de sus variados y significativos escritos en los que defiende ideales humanitarios y la libertad de pensamiento».

En 1952, a los ochenta años, se unió en cuartas nupcias a Edith Finch, a quien había conocido en 1925, y tras un feliz matrimonio, murió pacíficamente en sus brazos el 2 de febrero de 1970, con 97 años de edad, en su residencia Plas Penrhyn de Penrhyndeudraeth (Gales). Su cuerpo fue incinerado en Colwyn Bay el 5 de febrero de 1970. De acuerdo con su voluntad, no hubo ceremonia religiosa y sus cenizas fueron esparcidas en las montañas de Gales.

Tras su muerte, el Trinity College de Cambridge, el que fue su segundo hogar, le rindió homenaje. Hoy se puede leer en sus muros esta placa en su memoria:

El tercer conde Russell, de la Orden del Mérito, profesor de este colegio, fue particularmente famoso como escritor intérprete de la lógica matemática. Abrumado por la amargura humana, en edad avanzada, pero con el entusiasmo de un joven, se dedicó enteramente a la preservación de la paz entre las naciones, hasta que finalmente, distinguido con numerosos honores y con el respeto de todo el mundo, encontró descanso a sus esfuerzos en 1970, a los 97 años de edad.

Al final de su autobiografía, Russell reflexiona sobre su vida y concluye que desde su juventud, toda su vida estaba guiada por dos objetivos: “Quería, por un lado, descubrir si todo podía ser sabido; y, por otro lado, hacer todo lo posible para crear un mundo más feliz”. Los acontecimientos del siglo XX hicieron mella en su optimismo, pero no le derrotaron: “Puede que yo haya pensado que el camino hacia un mundo de seres humanos libres y felices era más corto de lo que, en realidad, ha resultado ser. Pero no me equivoqué al pensar que ese mundo era posible”.

MAG/13.02.2018




lunes, 29 de enero de 2018

George Santayana





George Santayana nació en el número 69 (ahora 67) de la calle de San Bernardo en Madrid, con el nombre de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, el 16 de diciembre de 1863. 

Su padre, Agustín Ruiz de Santayana, había nacido en Zamora, estudiado Derecho y hecho un aprendizaje de pintura en el taller de Francisco de Goya. Como buen latinista tradujo al español las tragedias de Séneca. Ingresó en el Servicio Colonial español, dio tres vueltas al mundo y terminó destinado a Filipinas como gobernador de la pequeña isla de Batang, ocupando el puesto vacante por fallecimiento del anterior titular José Borrás y Bofarull, padre de Josefina Borrás Carbonell, quien contraería matrimonio con Agustín de Santayana. 

José Borrás nació en Reus pero, al casarse con Teresa Bofarull y Riera, natural de Las Palmas, se fue a vivir a Gran Canaria, donde fue el primer secretario, y más tarde presidente, de la Sociedad Patriótica de Palma de Gran Canaria, de ideas liberales, por lo que, a la caída del régimen liberal en 1823, emigró con su esposa a Londres, donde al año siguiente nació su hija, Josefina Borrás. La familia se trasladó a Escocia, y luego a Irlanda, donde José Borrás fue profesor de español en la Academia de Belfast. Más tarde se trasladó a Virginia (EE.UU) y adquirió la nacionalidad estadounidense. En 1835 José Borrás fue cónsul de los Estados Unidos en Barcelona hasta que el gobierno español le dio un puesto importante en Filipinas, aunque cuando llegó allí en 1845 el gobierno había cambiado y sólo pudieron darle el de gobernador de la isla de Batang, donde falleció.

Josefina Borrás, que había estudiado en la universidad de Glasgow se casó en primeras nupcias con George Sturgis, un acaudalado comerciante de Boston residente en Manila, donde nació en 1851, Susan, la primera de sus seis hijos, de los que sobrevivieron tres. Susan, a quien llamaban Susana, sería la madrina y confidente de George. Al poco de fallecer en 1857 George Sturgis con sólo 40 años, Josefina Borrás viaja a Boston, donde, cumpliendo la promesa de su marido, educaría a sus hijos. Susan ingresaría por un tiempo en un convento católico. 

En un viaje de vacaciones a Madrid, Josefina se encuentra con Agustín Ruiz de Santayana, que había ocupado el puesto de su padre como gobernador de la isla de Batang. Deciden casarse y lo hacen en 1861. Él tiene 50 años y ella 35. Jorge Agustín Nicolás nace en 1863 y, Susan como compensación a que a ella la llaman Susana, insiste en que a su hermanastro se le llame George. La familia, compuesta por Agustín y Josefina y los hijos Susan, Robert y Josephine Sturgis y Jorge Santayana, fijan su residencia en Ávila, donde la vida es más barata y suficientemente próxima a Madrid. 

En esa época estaba exiliado en Ávila el general Pavía que se desplazaba por las calles de la ciudad en el único coche de caballos. Según confiesa en su autobiografía George también quedó deslumbrado a sus cinco años con las vestiduras y estandartes de una procesión del Corpus Christi.  

En 1869 Josefina se marcha a Boston para continuar allí la educación de sus tres hijos del primer matrimonio como prometió al padre de ellos. George se queda al cuidado de su padre en Ávila. Ya de niño muestra sus dotes para la escritura como se puede apreciar en ‘Un matrimonio’, historieta escrita a sus ocho años en español, describiendo el viaje  de unos recién casados que se encuentran con la reina de España.

En 1872 Agustín comprende que en Boston se le ofrecen mejores oportunidades de educación para su hijo y padre e hijo abandonan Ávila para reunirse con Josefina y sus otros tres hijos, donde siempre se habla español en el hogar. Agustín no soporta la vida inhóspita, puritana y fría de Boston y a los pocos meses regresa él solo definitivamente a Ávila.

Josefina educó a su hijo George en un virtuosismo tan aparentemente cosmopolita como hondamente victoriano que se resumía en un único objetivo: ser una "persona fina". Esto excluía cualquier vicio y aunaba, al modo de los antiguos griegos, lo bueno, lo bello y lo verdadero.

La madre lleva a George al Kindergarten de la Sra. Welchman para que aprenda inglés, y cuando el niño se defiende en la nueva lengua, lo inscribe en la escuela más selecta y antigua de los EE.UU, la Boston Latin School, donde se integra en la cultura inglesa.

En 1882 ingresa en la universidad de Harvard y estudia filosofía con William James y Josiah Royce, quien dirigiría su tesis. Poco amigo del deporte, participa muy activamente en once clubes estudiantiles. Es presidente del Philosophical Club y co-fundador de la revista literaria Harvard Monthly y de Hasty Pudding. Edita The Harvard Lampoon, del que es también caricaturista. En diciembre de 1885 interpreta el papel de Lady Elfrida en una representación teatral de Robin Hood y más tarde el papel protagonista en Papillonetta. Santayana nunca precisó su sexualidad, aunque sus amigos homosexuales y bisexuales conocidos, lo consideraban como un homosexual latente.

En 1889 se doctoró en Harvard como miembro de la hermandad Phi Beta Kappa, se incorporó al claustro de la universidad. Poco después publicó Sonnets And Other Verses, su primer libro. 

Obtiene una beca de intercambio durante dieciocho meses para la Universidad de Berlín y regresa de nuevo a Harvard para enseñar filosofía y estética siendo muy respetado como una figura central durante la llamada Edad de oro de Harvard. A lo largo de 27 años de cátedra en Harvard, Santayana formó a alumnos que destacaron más tarde en sus actividades, gracias a la orientación de su maestro.

Así, el poeta Wallace Stevens, que además de alumno se convirtió en amigo, explicaba el significado de la imaginación partiendo de la idea de Santayana en la que poesía, ciencia y religión son el resultado de la fuerza creativa de la mente humana. “Es un pensador que cree que no hay Dios, pero que la Virgen es la madre de Dios”, lo calificó con humor Wallace Stevens, su más cercano amigo.

También alumno y amigo fue Bronson Cutting, el que más tarde sería senador de Nuevo Mexico, quien compaginaba la amistad con Theodore Roosevelt y con George Santayana.

Conrad Aiken y T. S. Eliot, asimismo alumnos de Santayana, formaron, con la inclusión del filosofo George Boas, un trío de debate sobre el pensamiento de Santayana al abandonar éste Harvard. Aiken confesaba sin tapujos la influencia que sobre su pensamiento e incluso obra había ejercido Santayana. A Eliot le costaba más reconocerlo, pero ambos se declaraban leales a su maestro.

A otro de sus alumnos, Robert Frost, uno de los fundadores de la poesía moderna, le conmocionó escuchar a Santayana en la clase de historia de la Filosofía que los dogmas de todas las religiones sobrenaturales sólo pueden justificarse como retratos imaginativos de la aspiración humana y que la Religión no tiene autoridad para contradecir la Ciencia. Según Robert Frost, Santayana fue uno de los mejores estilistas de la tradición clásica estadounidense, en cuyos escritos el tema dominante es la relación entre la literatura, el arte, la religión y la filosofía.

Otros representantes famosos del alumnado de Santayana son los periodistas y escritores  Max Eastman, Van Wyck Brooks, Gertrude Stein y Walter Lippmann; los profesores  Samuel Eliot Morrison, Harry Austryn Wolfson y Horace Kallen; un miembro del Tribunal Superior de Justicia (Felix Frankfurter), un rector universitario (James B. Conant) y el primer negro que se doctoró en Filosofía en los Estados Unidos (W. E. B Du Bois), quien compartió con su profesor la primera lectura de la ‘Crítica de la Razón Pura’.

En 1893 Santayana experimentó lo que en psicología analítica se denomina ‘metanoia’, un proceso de reforma de la psique como un medio de autocuración. Tres acontecimientos precedieron a este golpe de timón: El fallecimiento inesperado de un joven estudiante; la muerte de su padre, a quien ya no podrá volver a visitar en vacaciones de verano; y el matrimonio de su media hermana Susana con un abogado y pequeño terrateniente en Ávila. Cambió su estilo de vida desde una posición estudiantil activa a una orientada a la celebración de la vida. La evolución de Harvard hacia el objetivo de producir intelectuales que dirigiesen las empresas y el gobierno como si fuesen hombres de Estado le decepcionó. ¿Por qué no centrar la educación en la celebración de la vida?, se preguntaba Santayana.

Paulatinamente el naturalismo y la expresión de la imaginación humana se convirtieron en los puntos focales de la vida y el pensamiento de Santayana. Su naturalismo estaba enraizado en Aristóteles y Spinoza. La celebración de la imaginación creativa, junto a su herencia española y educación católica, lo apartaban del núcleo duro de Harvard.

En 1896 escribió The Sense of Beauty: Being the Outline of Aesthetic Theory, el primer libro sobre estética escrito en los Estados Unidos.

De 1896 a 1897 Santayana estudió en el King’s College de Cambridge, profundizando en el estudio de Platón y sus discípulos. Visitaba con cierta regularidad Queen's Acre, la residencia londinense del escritor Howard Sturgis donde un grupo de hombres veladamente homosexuales recitaban poemas, asistían a obras de teatro y agasajaban a personas como Henry James o Edith Wharton. Sturgis vivía con William Haynes-Smith, El Niño, que había sido su tutor en Eton y ahora era su compañero. Le ofrecieron quedarse a vivir con ellos, pero Santayana se negó en redondo. 

Acudió como testigo al polémico juicio de Bertrand Russell. Los paseos en el yate de su hermano Frank Russell dejaron un recuerdo indeleble en su cabeza, y años después se inspiró en su figura para troquelar a Lord Jim, el calavera hedonista de El último puritano (1936).

Reanuda su producción y en 1899 aparece Lucifer: A Theological Tragedy, en 1900 Interpretations of Poetry and Religion, en 1901 A Hermit of Carmel And Other Poems, de 1905 a 1906 escribió los cinco volúmenes de The Life of Reason: or the Phases of Human Progress, que constituye el punto más alto de su carrera en Harvard, y relata el camino "imaginativo" por el que las culturas y sociedades han ido conformándose. The Life of Reason puede ser considerada la primera obra extensa sobre el pragmatismo. En  1910 publica  Three Philosophical Poets: Lucretius, Dante, and Goethe.

Santayana se convirtió así es uno de los grandes autores en inglés de la primera mitad del siglo XX. Los ensayos y libros de Santayana tratan de filosofía, crítica literaria, política, historia de las ideas, estudios sobre la naturaleza humana, la moral y una alusión a la influencia de la religión sobre la cultura y la sociabilidad de la psicología, todo escrito con ingenio y humor, dándole a la lengua inglesa un matiz distinto del habitual. Mientras que algunos de sus libros específicamente filosóficos pueden parecer difíciles, la mayoría de sus escritos literarios son más accesibles para el público en general y exhiben una pulcritud y elegancia muy superiores a la de los demás estilistas de su tiempo.

En mayo de 1911, Santayana anuncia su abandono de Harvard y emprende una gira por las universidades de Berkeley, Wisconsin, Columbia y Williams pronunciando conferencias. Sus libros se venden muy bien y sus editores le piden más. El rector de Harvard le pide que reconsidere su marcha y le ofrece alternar años en Europa y en EE.UU. En principio, Santayana lo acepta, pero en 1912 recibió una herencia de 10.000.-$, de su madre, fallecida a causa del Alzheimer. Santayana, fortalecida su economía para completar sus ingresos por la publicación de sus libros, decide retirarse definitivamente de Harvard y regresar a Europa para pasar el resto de su vida, dedicándose a la escritura. Con gran solemnidad, se afeitó la barba con que 30 años atrás había querido ganarse el respeto de sus alumnos. Rechazó ofrecimientos para incorporarse al profesorado de universidades como Harvard, Columbia y Cambridge. Incluso en 1917 la universidad de Harvard le volvió a ofrecer distintas cátedras para que regresase a EE.UU. 

A fin de fijar su residencia en Europa, Santayana hizo algunos viajes exploratorios y se decide por París. Se declara la I Guerra Mundial mientras había hecho una escapada a Londres y no puede regresar al Continente. Vive un tiempo en Londres, luego en Oxford y después en Cambridge. Tras el armisticio reanuda sus viajes por París, Madrid, Ávila, Florencia y Roma, que en 1920 elige como residencia principal excepto en verano, cuando huye del ferragosto desplazándose a Cortina d’Ampezzo.

En 1929, de nuevo Harvard le tienta a regresar, ofreciéndole la Cátedra Norton de poesía, una de las más prestigiosas de la universidad. En 1931, la Brown University y también Harvard le piden acepte la recién creada cátedra William James de Filosofía. Santayana rechaza este ofrecimiento honorífico así como otros dos de Oxford y Cambridge.

La subida al poder de Mussolini en 1930, a Santayana le pareció en principio positiva, como solución al caos de la sociedad italiana, aunque no tardó mucho en descubrir al tirano. Trató de huir de Italia a través de Suiza, pero no le permitieron cruzar la frontera. Regresó a Roma y el 14 de octubre de 1941 ingresó en la Clinica della Piccola Compagna di Maria en el Convento de las Hermanas Azules; allí recibió numerosas visitas (Edmund Wilson, Robert Lowell, Gore Vidal, Octavio Paz (que califica como “elegante” a su pensamiento). Con gran sentido del humor, Santayana bromeaba diciendo que, como el Papa, recibía “visitas que no estaba obligado a devolver”. Eso no significa, obviamente, que se mantuviera aislado: mantuvo una correspondencia ciclópea de la que se han recuperado 3000 misivas enviadas a unos 300 corresponsales, publicadas luego en ocho volúmenes entre 2001 y 2008.

En su libro Scepticism and Animal Faith: Introduction to a System of Philosophy, publicado en 1923, está esbozado su naturalismo; en este sentido, la única manera natural de acercarnos a la naturaleza es mediante la fe animal. El conocimiento sería una abstracción de la fe animal. Santayana mantuvo además el pensamiento de Baruch Spinoza en muy alta estima, aunque sin apegarse demasiado al racionalismo o panteísmo característicos de Spinoza. Aunque agnóstico, Santayana se consideraba a sí mismo un "católico estético".

La gran obra filosófica de Santayana donde expone su ontología y su epistemología es The Realms of Being (1927–1940, 4 vols.) que establece cuatro dominios de la realidad. El primero es "The Realm of Essence", donde la esencia es parecida al eidos platónico. La esencia es un dato puro y todas las esencias posibles forman el "reino de la esencia", que curiosamente también es una esencia. La esencia fue el concepto clave en la contestación de los realistas críticos a los realistas ingenuos.

Aunque casi todo sea del dominio de la esencia, debe recordarse que sólo es un reino más. El segundo reino es el "Realm of Matter": la materia, fundamento de su filosofía, porque ante todo es lo primero que hay y lo que siempre ha existido, existe y existirá. Esta fuerza es equiparable a una matriz.

El otro reino es el de la verdad: "Realm of Truth", intersección entre "Essence" y "Matter"; este libro es una contestación a los pragmatistas y su concepción epistemológica de la verdad, mientras que la de Santayana es ontológica en el sentido platónico de que hay una realidad eterna que se descubre.

El último libro dentro de Los reinos del ser es "The Realm of Spirit", el reino del espíritu; es el más completo de los libros, con capítulos como "intuición" o "animismo cósmico". El espíritu según Santayana es la "actualidad pura" que permite el "moldeo" de la realidad; aquí la libertad adquiere una dimensión ontológica y no sólo práctica. 

Durante sus 40 años en Europa escribió 19 libros, siempre en inglés, y rechazó importantes puestos académicos. La mayoría de sus amigos y corresponsales fueron estadounidenses, incluyendo su asistente y productor literario, Daniel Cory. Destacó en el mundo académico y literario estadounidense, aunque jamás terminó de asimilar este nuevo mundo, viviendo ajeno y despegado de todo lo norteamericano. 

Su autobiografía Persons and Places, dividida en cinco partes cuidadosamente bautizadas "Ascendencia" (Ancestry), "Infancia" (Boyhood), "Primera Peregrinación" (First Pilgrimage), "En la Órbita Doméstica" (In the Home Orbit) y "Última Peregrinación" (Last Pilgrimage), narra las peripecias que contribuyen a la formación de un alter ego del autor, de nombre Oliver Alden, quien, a pesar de haber cruzado varias veces el Atlántico y haber dado una vez la vuelta al mundo, siempre se daba cuenta de lo inevitablemente concentrado y encerrado que estaba en sí mismo; no sólo psicológicamente, en su espíritu y persona, sino también social y moralmente en su mundo nacional.

Persons and Places fue un éxito de crítica y público. El autor había dedicado cuarenta y siete años de su vida a la construcción de esta su única novela, que fue nominada al  Premio Pulitzer, no ganándolo por no tener su autor la nacionalidad norteamericana (siempre quiso conservar la española).

Ya anciano, Santayana volvió a ser muy reconocido, en parte porque sus memorias noveladas, The Last Puritan: A Memoir in the Form of a Novel (1935), fuese tal vez la más grande ‘novela de formación’ de la literatura estadounidense. Su amplia difusión le generó una nueva fuente de ingresos, de manera tal que pudo apoyar a otros filósofos como su antiguo colega londinense Bertrand Russell, aunque no estuviese de acuerdo con él ni en el terreno filosófico ni en el político, al que financió durante cinco años con una dotación anual de 5.000.-$. 

La revista ‘Time’, en su número del 3 de febrero de 1936, publicó en su portada la fotografía de George Santayana, que muestro en este blog.

A los ochenta años, Santayana vivió probablemente la época más feliz de su vida, porque ya se habían agotado todas sus expectativas y sus aspiraciones, y habitaba en el presente disfrutando intensamente de cada momento, ya fuese de lectura, soledad o conversación.

En 1952 Santayana falleció de cáncer en la Clinica della Piccola Compagna di Maria de Roma. A fin de mostrar su naturalismo, no quería ser enterrado en tierra consagrada, pero el único cementerio romano sin consagrar era el destinado a los criminales, a lo que se opuso el Consulado español, que facilitó el Panteón de la Obra Pía Española del cementerio  Campo Verano de Roma como un lugar digno para el prestigioso ciudadano español.

El nombre grabado en su tumba está en español, seguido de los dos primeros versos, traducidos al español, de su poesía:


Le devuelvo a la tierra lo que la tierra me dio,
todo va para el surco, nada para la tumba.

Se ha consumido el pábilo y la vela del espíritu;
la vista no podrá ir adonde fue la visión.

Sólo dejo el sonido de muchas palabras
oídas al azar con ecos burlones.
Canté al cielo. El exilio me hizo libre,
llevándome de mundo en mundo, desde todos los mundos…

No teme el temporal el que se sabe
copo feliz que baila con el viento…
Algunos nacen para estar perplejos,
a un lado con su pena: de esos soy…

Probablemente la cita más conocida de Santayana sea: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, frase que nos roza de cerca a muchos en el mundo, empecinados a tropezar con la misma piedra.

Santayana representaba a una cierta aristocracia presuntamente elitista pero muy accesible y no del todo exenta de prejuicios. Se podría describirlo como un elegante conservador, mediterráneo pero nada pasional, mantenedor de un «olímpico distanciamiento», en especial de todo lo norteamericano, y aguzado por un objetivismo irónico e imparcial.



MAG/29.01 y 05.02.2018






viernes, 5 de enero de 2018

Unamuno vs Millán Astray





Corría el día 12 de octubre de 1936, poco meses después del comienzo de la guerra civil española. Se celebraba el 'Día de la Raza', convirtiendo la tradicional fiesta de la Hispanidad en una exaltación nacionalista de lo español. Las principales personalidades del naciente Régimen quisieron celebrarlo con un acto cultural en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde, aprovechando la apertura oficial del curso universitario, se reunieron las más altas esferas del franquismo. Era una ocasión para que Unamuno se integrase en la nueva elite social.

Pero Unamuno había acudido sin muchas ganas, pues llevaba semanas rectificando su inicial apoyo a los llamados 'nacionales' y convencido de que la deriva de ese movimiento conservador contra la República ya solamente traería intolerancia, muerte y destrucción. Pero, como rector de la Universidad, no puede faltar a un acto tan solemne. A regañadientes, el rector se pone la toga y la muceta negras y, al cuello, la medalla de la Universidad. 

Miguel de Unamuno está imbuido de una profunda desesperanza. Lleva en el bolsillo una carta de la mujer de Atilano Coco, pastor protestante español entonces encarcelado -y luego fusilado-, cuando se sienta en la mesa presidencial junto a Carmen Polo, esposa de Franco; al general Millán Astray, fundador de la Legión; al obispo de Salamanca, Pla y Deniel; al presidente de la Audiencia; y a José María Pemán. Antes ha anunciado que no intervendrá en el acto: «Me conozco cuando se me desata la lengua». En el acto iban a intervenir el catedrático de Historia, José María Ramos Loscertales, y el de literatura, Francisco Maldonado, el dominico y catedrático Vicente Beltrán de Heredia, y José María Pemán.

Podemos imaginar fácilmente que la temperatura emocional de la sala -repleta de falangistas y legionarios- era muy alta, dado el momento histórico y la efeméride que se conmemoraba. En ese contexto, y cuando le llegó el turno de leer su discurso, José María Ramos Loscertales pronunció unas palabras de menosprecio a vascos y catalanes, y algo más tarde incidió en el mismo sentido un anodino profesor de literatura, especialista en el Siglo de Oro, Francisco Maldonado, quien, al referirse a Cataluña y al País Vasco, dijo que eran “cánceres en el cuerpo de la nación que el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlos, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. Unamuno tomaba notas. A continuación habló José María Pemán, que puso moderación en su discurso, y se supone que con esto acababa el acto. 

El profesor vasco no se encontraba cómodo después de escuchar el discurso de exaltación del bando nacional de uno de los ponentes, que sí gustó al general Millán Astray, allí en representación de Franco.

Unamuno y Millán Astray pertenecían ambos al Ateneo de Madrid, donde se debatía mucho por parte de grupos de tendencias discrepantes, que en bastantes casos se dedicaban a zaherirse los unos a los otros. Y en cierta ocasión llegó a oídos de Millán Astray que Unamuno iba diciendo que el primero “se había hecho rico con el sacrificio de los soldados que luchaban en África”. Al comenzar la guerra, Unamuno se había posicionado inequívocamente con el  bando sublevado. El mismo 18 de julio, a la vista de los soldados y los oficiales militarmente formados, había exclamado aquello de “¡Viva España, soldados!” para añadir a continuación: “¡Y ahora, a por el faraón de El Pardo!”, en una transparente alusión a Azaña, al que detestaba, y a cuyo gobierno había motejado de “miserable”. La respuesta del gobierno republicano había sido la de expulsarle de su cátedra: Azaña no ignoraba que el bilbaíno había dicho de él aquello de “cuidado con Azaña, que es un escritor sin lectores y sería capaz de hacer la revolución para que lo leyesen”.

Aunque no tenía previsto cerrar el acto, como rector que era ejerció su derecho a hablar. Unamuno se levantó lentamente y se dirigió al estrado iniciando así su más polémica disertación, vehemente como casi siempre y sin duda valiente, en la atmósfera de la Salamanca de 1936, que sonaba casi ofensiva para quienes se estaban jugando la vida en una partida en la que aún no podía saberse de qué lado caería la victoria. 

La reproducción de su improvisado y hermoso discurso, que ha acabado siendo más célebre que su obra literaria y filosófica, está sacada del libro sobre la Guerra Civil del hispanista británico Hugh Thomas:

“[...] sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo mi vida enseñando la lengua española...” 

En ese momento del discurso de Unamuno, Millán Astray entra en estado de cólera, pronunciando ¡Vivas! a España e insultando a la intelectualidad (con el supuesto "¡Muera la Inteligencia!"), sus escoltas y otros legionarios presentes lanzan a las sabias paredes de la universidad el lema atroz de la legión: ¡Viva la Muerte!. Millán Astray pide hablar, repite voz en cuello las palabras del profesor Maldonado sobre Cataluña y Euskadi como cánceres de España... . 

Sin inmutarse, a pesar de la crispación del momento, Unamuno continua hablando:“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje a quien acaba de intervenir, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (…)”.

Es cuando Millán hace el primer amago de amenazar con su arma al filósofo, pero el sabio anciano no se acobarda y sigue: “(...) Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote!. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”.

Acto seguido, se levantó de su asiento y se marchó, increpado por los presentes. Ante el intento de agresión a Unamuno por parte de legionarios y falangistas, la esposa de Franco, Carmen Polo, tuvo que dar el brazo al Rector para acompañarle a salvo hasta su coche. Unamuno pasó a arresto domiciliario y apenas dos meses más tarde fallece el 31 de diciembre de 1936.

MAG/05.01.2018





martes, 19 de diciembre de 2017

Miguel de Unamuno




Miguel de Unamuno y Jugo nació el 29 de septiembre de 1864 en Bilbao, ciudad en la que pasó su infancia y su adolescencia. Su padre, Félix de Unamuno, se casó con su sobrina Salomé de Jugo con la que tuvo seis hijos de los que Miguel fue el tercero y el primer varón. Félix de Unamuno era comerciante y la situación económica de la familia era desahogada, pues antes de establecerse definitivamente en Bilbao, Félix de Unamuno había emigrado a México y amasado una pequeña fortuna de la que disfrutaba su familia hasta su fallecimiento en 1870, cuando Miguel tenía seis años. La muerte de su padre "condenaría a la familia a una vida austera, de apuros económicos”. 

Miguel de Unamuno estudió en el colegio de San Nicolás, y a la edad de nueve años,  estalló la Segunda Guerra Carlista. La ciudad de Bilbao fue sitiada y bombardeada por los carlistas en 1873, y posteriormente liberada por las tropas liberales en 1874. Unamuno vivió esta guerra civil en la inocencia de sus nueve años aunque "Miguel, entonces, se dispone a tomar su primera comunión, y casi sin saberlo, cobra también dolorida conciencia del hecho de la guerra civil". El mismo Unamuno lo consideró como el primer hecho significativo en su vida: la explosión, el 21 de febrero de 1874, sobre uno de los tejados cercanos a su casa, de una bomba carlista.

Estudia el bachillerato primero en el Instituto Vizcaíno, y después en el Instituto Provincial. El joven Miguel leía los libros de Historia, Derecho, Filosofía, Ciencias Sociales y Ciencias Generales que conformaban la pequeña biblioteca que se padre había traído a su regreso de México. En el bachillerato Unamuno estudió latín, geografia, historia, retórica, álgebra, aritmética, psicología, lógica, ética, etc. En el tercer curso de bachillerato fue cuando Miguel comenzó sus lecturas filosóficas. Por obligación de su profesor debían leer a Balmes y a Donoso Cortés, pero estos autores —sobre todo, el primero— no satisfacían las inquietudes de Unamuno y comenzó a leer a Kant, Descartes, Hegel, Fichte y Newton, entre otros. Las lecturas de estos autores, de los libros de su pequeña biblioteca y su propia inquietud intelectual, ya desde época muy temprana, fueron poniendo las bases de la vocación de Unamuno como literato y pensador. 

Terminado el bachillerato, partió hacia Madrid en 1880 para comenzar la carrera de Filosofía y Letras. En sus años universitarios, Unamuno aprendió alemán leyendo a Hegel y a Goethe en el Ateneo de Madrid. En este año de 1880 publicó su primer artículo periodístico titulado "La unión hace la fuerza", que apareció en “El noticiero bilbaíno”. 

La experiencia de Unamuno en la capital también fue decisiva en su vida por otro importante motivo, pues fue allí donde Unamuno dejó de acudir a misa —que en él era un hábito diario— y comenzó a racionalizar su fe. Unamuno nunca accedió a asentarse en Madrid a pesar de que, incluso su amigo José Ortega y Gasset, siempre quiso que Unamuno estuviera en Madrid y optara a una cátedra en la Corte. Miguel de Unamuno era conocido no sólo por su inusual vestimenta, su característica gabardina, jersey cerrado o chaleco y su sombrero sencillo negro, que chocaba con la de sus compañeros de generación, sino además por sus aficiones como el origami, el ajo crudo que ingería a diario para proteger su salud, o los “garabatos”, como él los llamaba, que realizaba para expresar sus emociones.

En 1883 hizo su examen de licenciatura, acabó la carrera y en 1884 se doctoró con una tesis titulada “Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca”. Leída su tesis, regresó a Bilbao el mismo año. Impartió clases de latín en el Instituto de Vizcaya y comenzó su preparación de oposiciones que duró varios años. En esta época, en su ciudad natal comenzó también la militancia socialista de Miguel de Unamuno. En 1889 hizo su primer viaje al extranjero y visitó dos países, Italia y Francia.

El 31 de enero del 1891 contrajo matrimonio con Concha Lizarraga, con la que mantenía un noviazgo desde los doce años. Tuvieron nueve hijos: Fernando, Pablo, Raimundín, Salomé, Felisa, José, María, Rafael y Ramón. Unamuno encontró en su hogar la paz y la alegría que en ocasiones le faltaban a causa de sus preocupaciones intelectuales, religiosas, académicas, políticas y sociales. "Junto a sus hijos y junto a su mujer encuentra algo de sosiego”.

En junio de 1891 ganó las oposiciones y obtuvo la plaza para la Cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca de la que tomó posesión en junio de 1891. Instalado en Salamanca con su familia, el 2 de octubre inicia su labor docente, al mismo tiempo que escribe su primera gran obra ‘Paz en la guerra’, novela centrada en la Segunda Guerra Carlista y en el sitio de Bilbao en 1874.

En 1897, año de la publicación de ‘Paz en la guerra', se produjo una experiencia en la vida de Unamuno que le llevó a sufrir su gran crisis religiosa. La idea del suicidio le rondó la cabeza en varias ocasiones pero acabó desechándola porque tenía una familia que mantener, y por las dudas que abrigaba aún sobre la inmortalidad, problema que se convirtió en el eje sobre el que se desarrolló toda su obra, no sólo en su pensamiento más cercano a la filosofía —que se puede identificar más claramente en sus ensayos—, sino también en sus novelas como 'Niebla'. Creía que la inmortalidad proporciona a la muerte su más hondo sentido.

Fruto de esta crisis religiosa, Unamuno leyó en 1899 en el Ateneo de Madrid su ensayo titulado "Nicodemo el fariseo" que fue el primero de una obra que empezó a escribir y que, en un principio, tituló “Meditaciones evangélicas”, pero que nunca llegó a terminar. En "Nicodemo el fariseo" aparecen ya esbozadas algunas de las ideas capitales de la filosofía de Unamuno, como la idea del poder creador de la fe: "Cuando la razón me dice que no hay finalidad trascendente, la fe me contesta que debe haberla, y como debe haberla la habrá. Porque no consiste tanto la fe, señores, en crear lo que no vimos, cuanto en crear lo que no vemos. Sólo la fe crea". "Nicodemo el fariseo" es el ensayo que mejor refleja el cambio que se dio en la religiosidad de Unamuno a partir de la crisis de 1897, que subsiste hasta el momento en que Unamuno descubre que 'Dios es ateo', es decir, hasta cuando comprende que no puede volver a la fe de la infancia que añora.

El 30 de octubre de 1900 Unamuno fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca —después de no pocas polémicas entre los miembros del claustro— con el apoyo del alumnado pero sin el respaldo de la mayoría de aquél, que se había inclinado hacia el lado del rector saliente, Mamés Esperabé Lozano.

En 1905 Unamuno publicó una de sus obras filosóficamente más relevantes, ‘Vida de Don Quijote y Sancho’, en la que se pueden encontrar algunas de sus tesis filosóficas más importes mediante comentarios a pasajes de la novela de Cervantes, de "nuestra Biblia nacional", como le gustaba llamarla a Unamuno. Este ensayo sobre la obra de Cervantes supuso un nuevo motivo para alimentar aun más, a través de la escritura, su "hambre de inmortalidad"— expresión que Unamuno usa para acentuar el carácter instintivo que cree que posee en el ser humano el deseo de inmortalidad— "explica la atracción de figuras novelescas como las de Don Quijote y Sancho, llamados a no morir, portadores de alguna manera del espíritu creador". 

Este ensayo aborda también dos temas principales: el heroísmo y el erostratismo. El término "erostratismo", que usa Unamuno, procede de un mito griego que cuenta la historia de Eróstrato que quemó el templo de Efeso para obtener fama. El erostratismo, tal como lo entiende Unamuno, son los sacrificios para obtener fama. Este tema está muy relacionado con uno de los sentidos del problema de la inmortalidad humana que maneja Unamuno: el de la fama en este mundo como forma de inmortalidad. El heroísmo y el erostratismo en Unamuno se relacionan por medio de los héroes que él elige como alegoría para tratar el problema de la inmortalidad y que pueden tener dos clases de objetivos: Dios o la fama. Estos héroes son Don Quijote, Augusto Pérez (protagonista de 'Niebla'), San Ignacio, Santa Teresa, San Manuel Bueno, etc. A causa de las dudas respecto a la inmortalidad humana después de la muerte, Unamuno concentró sus fuerzas en lograr una fama mundana, en dejar escrito su nombre en los anales de la historia.

En 1910 vio la luz la colección de ensayos que Unamuno tituló ‘Mi religión y otros ensayos breves’ que se caracteriza por la notable diversidad de temas que Unamuno trata: la religión, la verdad, la política, la cultura, la pornografía, la lujuria, la opinión pública, además de escribir sobre otros literatos y pensadores cuyas obras conoce, como Ibsen o Kierkegaard, al que comenzó a leer en 1901 y que le sirvió de "compañero de su nueva trayectoria". Además lee también a autores protestantes y modernistas que dan nuevos horizontes a sus problemas teológicos.

Las cargas familiares y los compromisos que de ellas se derivaban obligaban a Unamuno a trabajar sin descanso: escribía numerosos artículos para diferentes diarios, pronunciaba conferencias en varios lugares, además de escribir sus obras y cumplir puntualmente con su responsabilidad docente y su responsabilidad académica como máxima autoridad de la universidad.

El año 1913 fue un año notable dentro de la producción escrita de Unamunol pues publicó nada menos que cuatro obras entre las que se encuentra la que se puede considerar su obra más genuinamente filosófica: ‘Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos’, compuesta por nueve ensayos y un epílogo dedicado a Don Quijote en la tragicomedia europea contemporánea. En ella Unamuno recogió sus principales preocupaciones filosóficas agrupadas en torno al recurrente tema unamuniano de la inmortalidad humana. En esta obra es donde claramente se puede encontrar la síntesis de las inquietudes y cuestiones filosóficas de Unamuno en torno a la inmortalidad. Para Unamuno el anhelo de Dios y de la inmortalidad era tan importante como el aspecto científico-racional del individuo. Reconoció, sin embargo, que la fe tradicional no podía sostenerse ante los avances científicos modernos. Según Unamuno, la persona siente la necesidad de Dios y la fe llega a ser una afirmación del individuo. Sin embargo, Unamuno insistió en que el aspecto racional de la persona no le permite creer ciegamente. La base del "sentimiento trágico de la vida” es la paradoja entre el vivir y el conocer, ya que "todo lo vital es antirracional, no ya sólo irracional, y todo lo racional, antivital”. La vida en sí es una paradoja, y la persona se contradice a sí mismo. "El más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas."

En el verano de 1914, Unamuno llevó a su familia a pasar las vacaciones a Portugal, pero él regresó antes a Salamanca por los compromisos que le reclamaban allí. El 30 de agosto, estando ya en la ciudad castellana, se enteró de manera indirecta de su propia destitución por las carteleras que los periódicos locales cuelgan en los soportales de la Plaza Mayor dando avances de las noticias más salientes que van a publicar. El motivo que precipitó su destitución como rector fue el problema que tuvo Unamuno con las autoridades políticas por la convalidación del título de bachiller a un colombiano por el que el ministro Bergamín le reclamó. 

Tras su destitución, la primera como rector, Unamuno emprendió una infatigable campaña política que le supuso una condena de dieciséis años de prisión por injurias al rey Alfonso XIII en un artículo. La sentencia no llegó a ejecutarse. En 1920 Unamuno fue elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras, y un año más tarde es nombrado Vicerrector. Dio el salto a la política nacional y presentó su candidatura a las elecciones de diputados, además de presentarse en 1922 como candidato republicano a las Cortes. Continúa con sus ataques al rey y al dictador Primo de Rivera, hasta éste lo destituye de nuevo y lo destierra a Fuerteventura en febrero de 1924. Las protestas contra el destierro de Unamuno se extendieron por todo el país y por el extranjero, por todo el continente europeo y por Hispanoamérica. Cuatro meses más tarde es indultado, pero Unamuno se exilia a París, primero, y a Hendaya después, hasta que cae el régimen de Primo de Rivera y el 9 de marzo de 1930 atravesó a pie el puente fronterizo hasta Irún. Unamuno tardó varios días en regresar a Salamanca, y en su camino se detuvo en San Sebastián, Bilbao y Valladolid. Cuando por fin llegó a Salamanca su recibimiento fue apoteósico.

En 1931 es el rey quien salió hacia el exilio y se proclama la Segunda República. El propio Unamuno fue el encargado de anunciarla en Salamanca. Unamuno volvió a recuperar el reconocimiento y popularidad que había dejado atrás el mismo día de su destierro. Fue además fue nombrado "alcalde-presidente honorario" del primer ayuntamiento de la Segunda República en Salamanca. El 18 de abril de 1931 Unamuno fue nombrado de nuevo rector de la Universidad de Salamanca y presidente del Consejo de Instrucción Pública.

En 1933 publicó otra novela que fue muy bien recibida, ‘San Manuel Bueno, Mártir; y tres historias más’, nuevamente en torno a la temática religiosa de la fe y la inmortalidad humana que tiene como protagonista otro de los héroes unamunianos, Don Manuel, el cura que racionalizó su fe, que acabó perdiéndola, pero que seguía viviendo con la esperanza de la inmortalidad. Don Manuel es el personaje que usa Miguel de Unamuno para dejar constancia de sus propias dudas, de su propia agonía —lucha— entre la fe y la razón.

En 1934, Unamuno fue nombrado Doctor Honoris Causa por la universidad francesa de Grenoble. Y el 29 de septiembre de ese año Miguel de Unamuno da su última clase en la Universidad de Salamanca. El aula donde impartió su última lección se llenó, todos apreciaban al viejo catedrático luchador que había sido centro y figura de los treinta y cuatro últimos años de la Universidad. Se celebraron grandes fiestas en honor y, como homenaje a él, se creó una cátedra con su nombre con la que poseía plena libertad para regentarla a su parecer.

En 1935 el Consejo de Ministros de la República le nombró Ciudadano de Honor y en 1936 es la Universidad de Oxford la que lo nombra Doctor Honoris Causa.

Pero Unamuno volvió a rebelarse contra lo que no le parecía bien y denunció al gobierno de la República. Este levantamiento contra la autoridad produjo que el gobierno de la República destituyese a Unamuno como rector perpetuo, anulando la creación de la cátedra que llevaba su nombre. 

En abril de 1936 Unamuno consideró a los militares alzados contra la República como un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva de España. Cuando el 19 de julio la práctica totalidad del Consistorio salmantino es destituida por las nuevas autoridades militares y sustituida por personas adeptas, Unamuno acepta el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde. Hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza en el mundo. Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en decepción, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. A principios de octubre, Unamuno visitó a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. Miguel de Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación. 

El 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad, durante el acto de apertura del curso académico, Unamuno fue protagonista de un enfrentamiento con el general Millán Astray. Se celebraba en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca un acto literario en conmemoración de la Festividad de la Raza. El acto era presidido por Miguel de Unamuno. A este acto acudió también la esposa del general Franco, Carmen Polo, que tomó asiento a la derecha del rector. El guión del acto se componía de diferentes discursos en torno al tema de la raza. Después de terminar todos los oradores, tomó la palabra Unamuno comenzando con una dura crítica a la guerra civil con estas famosas palabras:

“La nuestra es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia”.

El general Millán Astray airado, interrumpió el discurso de Unamuno pronunciando unas palabras a favor del levantamiento militar, defendiendo a los soldados y terminó gritando "¡Mueran los intelectuales!, ¡Viva la muerte!". Unamuno, fiel a sus principios, replicó dirigiéndose directamente al general. El público se escandalizó por lo que estaba aconteciendo, y comenzaron a abuchear a Unamuno. La esposa de Franco entonces lo tomó del brazo y consiguió sacarlo del Paraninfo y llevarlo hasta su casa, donde él, repudiado por el gobierno y hastiado de tanta polémica, decidió encerrarse voluntariamente y alejarse de la vida pública como forma de protesta. 

Miguel de Unamuno murió de repente el último día del año 1936.


MAG/19.12.2017